Por Ana González González, directora de programas de VOCES
De nuevo vuelvo de Malí, hacía tiempo que no viajaba a ese precioso país, más de un año quizá, y lo echaba de menos, como se echa de menos a los buenos amigos, a los que se lleva en el corazón y siempre están presentes a pesar del tiempo o de la distancia.
Los viajes a Malí me generan contradicciones. Por un lado está la atracción hacia ese mundo tan distinto al nuestro, tan auténtico, lleno de vitalidad, de colores y olores que invaden los sentidos. Ganas de ver a los viejos amigos, de pasar tiempo con los niños y niñas de la escuela que VOCES apoya en Kalaban Coró, de recibir su calor y sus preciosas y limpias sonrisas. Pero esos sentimientos de agradable excitación se mezclan con cierta tristeza. En 2009, cuando empezamos nuestro trabajo con VOCES en el país, los extranjeros podíamos caminar con toda tranquilidad por las calles, a cualquier hora, en cualquier barrio, nadie hablaba de terrorismo, ni de yihad, ni de guerra. Había pobreza, mucha pobreza, pero la gente vivía en paz, segura de su presente y de su futuro, orgullosa de su raza, de su cultura, de su religión,… ¡Qué diferente es el Malí de ahora! Cuando uno camina por las calles sin asfaltar de Bamako, aparentemente la vida sigue igual, la misma actividad frenética en los mercados, el mismo tráfico infernal en los puentes que atraviesan el Niger, la misma amabilidad en las gentes que se afanan en su quehacer diario. Pero basta con entablar una conversación con cualquier local para darse cuenta de que esta aparente calma no es más que la punta del iceberg. Debajo de la superficie la gente sufre las consecuencias de la guerra en el norte del país, del integrismo y de la crisis económica y social que viene aparejada a los dos primeros.
Malí es un país en guerra que sufre además la lacra del terrorismo yihadista. La inversión extranjera y los fondos procedentes de la cooperación internacional han caído en picado. El incipiente sector turístico, que durante años creó empleos en hostelería, restauración, artesanía, transporte, etc. ahora ya es inexistente. La inmensa mayoría de la población se afana por separar yihadismo y religión, repitiendo incesantemente que no es lícito matar en nombre de Allah. Sienten miedo por su libertad y por su cultura, que siempre se ha caracterizado por la convivencia pacífica de multitud de etnias y creencias religiosas en un vasto país, tan grande como España, Francia e Inglaterra juntas. Se lamentan, no solo de la violencia que azota a Malí, sino del efecto devastador que el integrismo está teniendo en culturas y tradiciones milenarias, en un país donde las creencias animistas conviven en absoluta simbiosis con el islam o el cristianismo. Y lo peor de todo, cada vez hay menos esperanza de llegar a una resolución pronta y satisfactoria del conflicto. Así las cosas, las gentes de Malí viven al día, con sus problemas de siempre y los nuevos. A perro flaco todo son pulgas.
En medio de este triste panorama nos ponemos a trabajar. Este viaje es especialmente ilusionante para mí, vamos a pasar una semana en el centro Jele Kosobé, una escuela de primaria que atiende a 157 niños y niñas de entre 6 y 14 años pertenecientes a familias de escasos recursos. La escuela está situada en Kalaban Coró, una comuna cercana a Bamako que adolece de una gran carencia de servicios públicos básicos. Los pocos centros educativos públicos existentes están masificados, con una media de 120 a 200 alumnos por clase, según las zonas, y muchas familias no pueden pagar los 5 o 6 euros por niño al mes que cuesta la escuela privada. En este contexto, una gran proporción de niños y niñas no van a la escuela, o bien acuden a medersas, escuelas coránicas, (uno de cada tres centros gratuitos en Kalabán Coró son medersas), donde aprenden el Corán y el árabe. Esta circunstancia, bastante común en otros muchos lugares del país, contribuye a la creciente islamización de la sociedad malí.
Consciente de la importancia que tienen la educación y la cultura para mejorar las condiciones de vida de la población malí, VOCES apoya la escuela Jele Kosobé desde 2011, pagando el sueldo de profesores, aportando equipos y material escolar e implementado un programa de formación artística en el que los pequeños aprenden música, danza, teatro y artes plásticas. El personal que trabaja tanto en la escuela como en VOCES Bamako es 100% malí, pero desde que empezó nuestra colaboración, al menos una o dos veces al año nos desplazamos desde Madrid para llevar material y equipos a la escuela, implementar acciones formativas y cerciorarnos de la buena marcha del proyecto.
En esta ocasión me acompaña Xavier Mínguez, Doctor y profesor del departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Facultad de Magisterio de la Universidad de Valencia. Gracias a él y a su compañera María Alcantud, Directora del proyecto Talis (https:www.proyectotalis.com), la Universidad de Valencia ha financiado un taller de formación en escritura creativa que vamos a impartir en el centro Jele Kosobé. El taller se estructura en un módulo de dos días de formación de formadores y otro de tres días de trabajo en las aulas con los niños y niñas. Entre todos crearán cuentos que luego serán traducidos y formarán parte de un libro bilingüe francés-español.
Como siempre, nuestra llegada al centro es emocionante. Los niños y niñas, con la ayuda de los profesores de arte, han preparado un precioso recibimiento. Nos acogen cantando y bailando a ritmo de djembés y calebasses, enormes sonrisas blancas nos dan la bienvenida. Después nos sientan a la sombra del árbol de mango del patio y empieza la función de teatro: una gran celebración en el poblado por la llegada de las lluvias se ve interrumpida por individuos con la cabeza y la cara cubiertas, empuñando rifles de madera, que gritan Allahu Akbar mientras disparan a los presentes. Se me encoge el corazón, tengo que tragar las lágrimas, invitadas a desbordarse por el sonido desconsolado de los sollozos de la niña de 11 años que llora a su hermana tendida en el suelo. Los pequeños actores y actrices cantan “¿Qué vida es ésta, si ya ni siquiera podemos celebrar la lluvia?”. Me sobrecoge el poder de comunicación de estos pequeños grandes artistas, que transmiten el dolor de su país herido y que convierten el teatro en herramienta de sensibilización en favor de la convivencia pacífica. Un ejemplo más que da sentido a mi trabajo en VOCES.
Después de la bienvenida comenzamos a planificar la semana, que se presenta intensa: Trabajo con profesores y alumnos en el marco del taller de escritura creativa; instalación y conexión a internet de los 5 ordenadores (uno por clase) que hemos traído con nosotros; tutorial del uso de juegos de matemáticas y francés con los niños y niñas; entrevistas con las familias más desfavorecidas de la zona; visita a la escuela pública cercana y reunión con el director de la misma; encuentro con el director del Centre d´Aptitude Pedagogique, autoridad administrativa dependiente del Ministerio de Educación, para recabar información sobre el sistema educativo en la comarca y programar un curso de formación a los docentes del centro Jele Kosobé, visita al mercado para comprar material escolar suficiente para todo un año, grabación de un documental sobre el trabajo en la escuela y sobre la situación del sistema educativo en la Comuna de Kalabán Coró… Cada una de estas actividades da para escribir un post en sí misma, quizá incluso un libro, tal es la riqueza de la experiencia y de lo que este país aporta a los que nos acercamos a él. Realmente son solo 5 días y somos dos personas más un cámara para realizar todo el trabajo, que puesto sobre el papel parece un ejercicio de titanes. Pero este país me alimenta de una energía casi inagotable, porque mi mayor deseo es poder hacer todo lo que den de sí mis fuerzas para contribuir ínfimamente a mejorar las condiciones de vida de sus gentes. A menudo no puedo evitar que me invada cierta sensación de impotencia, ese sentimiento que surge cuando confrontas la cruda realidad diaria de estas gentes y te das cuenta de lo poco que como profesional y como persona puedes hacer por ti mismo para cambiarla. Ojalá algún día seamos muchos, muchísimos, los que incorporemos en nuestra vida cotidiana el compromiso de actuar en favor de un mundo más justo. Sólo entonces lo habremos conseguido. Confío en que llegará, no pierdo la esperanza.
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