Por Rocío Urías Martínez
Olivia logró convencer al consejo de su aldea para abrir una casa de huéspedes, aunque nadie en Nagigi confiaba en la idea. Hoy Olivia’s Homestay, con sus cinco habitaciones y enclavada en una laguna de palmeras, es la puerta de entrada para muchos turistas que acuden a Fiji en busca de experiencias auténticas.
Durante los años ochenta se enuncia el concepto de desarrollo sostenible, entendido como la capacidad de satisfacer las necesidades de la generación presente sin comprometer la de generaciones futuras. Además, se identifican tres pilares necesarios para conseguirlo: el crecimiento económico, la integración social y el equilibrio medioambiental. Esta nueva visión del desarrollo resultó revolucionaria; por primera vez se añaden los componentes social y medioambiental al económico. Aun con todo, no es una teoría completa: obvia la cultura como cuarto pilar indispensable para la existencia de los otros tres, así como del propio desarrollo sostenible.
La cultura moldea lo que entendemos por desarrollo. Dota de identidad y capacidad de reflexión a las sociedades, siendo el elemento que las cohesiona. Fomenta la creatividad, que aporta beneficios incalculables a la economía. Para reinventar el concepto de desarrollo y garantizar su sostenibilidad es necesario tomar la cultura como punto de partida, reconociéndola en las políticas públicas a nivel nacional, internacional, global y en la cooperación al desarrollo, así como en los proyectos económicos que pretendan acabar con la pobreza y proveer a las sociedades de herramientas que permitan su crecimiento a largo plazo.
El turismo es una fuente de ingresos potente para los países en desarrollo que, sin embargo, no siempre se traduce en aumento del bienestar de su población. El caso del turismo ilustra con claridad la importancia de la sostenibilidad del desarrollo, y pone en relieve los beneficios que aporta la inclusión de la cultura en las actividades económicas.
El turismo contribuye al crecimiento económico, pero a veces en detrimento de la diversidad cultural, el medio natural y la igualdad en la sociedad de acogida. El impacto negativo de estos daños no se reduce al ámbito medioambiental o social; si se destruyen los atractivos de un destino turístico, también se está condicionando su aprovechamiento económico en el futuro. Para sacar partido a todo su potencial y aumentar el bienestar de las sociedades de acogida, el turismo debe evolucionar hacia la sostenibilidad. El turismo sostenible exige el respeto a la comunidad de acogida y su entorno. La oferta se construye sobre la base de la cultura del lugar de destino, aprovechando sus particularidades históricas, lingüísticas, gastronómicas y artísticas. De esta forma se atenúan los impactos negativos asociados al turismo mientras se aumenta la competitividad del destino dentro del mercado.
Este modelo turístico aumenta la empleabilidad de la población local, ya que exige que pequeñas empresas de distintos sectores (restaurantes, talleres de artesanía, agricultores o guías turísticos) trabajen en una misma estrategia. La importancia del turismo sostenible no radica tanto en la cantidad de empleos, sino en la calidad de los mismos: al crear una oferta basada en la cultura, el turismo sostenible frena la estacionalidad, contribuyendo a la creación de empleos fijos y mejor remunerados. Estos empleos, además, permiten que la comunidad local no rompa con su tradición cultural: puede seguir dedicándose a sus labores tradicionales, y el turista se enriquecerá a partir de la observación o participación en ellas.
El turismo sostenible también disminuye significativamente la desigualdad de género. Las mujeres conforman el 60% de la fuerza de trabajo del sector turístico a nivel mundial; sin embargo, ocupan los puestos peor remunerados y con menor capacidad de ascenso. El turismo sostenible aumenta el emprendimiento femenino y mejora la calidad de los trabajos desempeñados por mujeres, repercutiendo positivamente en su bienestar económico. Este empoderamiento económico comporta beneficios sociales directos, ya que la precariedad aumenta la vulnerabilidad de las mujeres ante la explotación sexual. Además, la alta participación femenina en el sector turístico hace del turismo sostenible una alternativa sólida para la erradicación de la pobreza extrema, integrada en un 70% por mujeres.
El turismo sostenible, además de contribuir al desarrollo, también puede dar respuesta a problemas concretos. En la isla de Chira, Costa Rica, cuando la sobreexplotación pesquera puso en peligro la supervivencia de la comunidad, un grupo de mujeres decidió emprender en turismo. Crearon un albergue, rutas de senderismo y un observatorio de aves en los humedales, reactivando la economía en sectores como el transporte marítimo y la artesanía. En Botswana el turismo sostenible está ayudando a la conservación de especies en peligro de extinción. Tres pueblos fundaron por iniciativa conjunta Khama Rhino Sanctuary Trust, una reserva natural para la protección de rinocerontes y otras especies autóctonas de la flora y fauna. Las visitas turísticas a la reserva generan beneficios para la población local, que además dirige un proyecto de educación ambiental.
En Nagigi, Fiji, Oilivia Villimaina invirtió los ahorros de su vida en la creación de una casa de huéspedes, trayendo el turismo a la aldea. El resto de la comunidad se sumó a la iniciativa, ofreciendo actividades alternativas para los huéspedes: paseos en Bilibili (balsas de bambú), buceo con esnórquel, lecciones de cocina, masajes, danza y música tradicional o tejido de tapetes. Esta forma de turismo resulta beneficiosa para población local y visitantes: los primeros trabajan en turismo sin romper con su tradición cultural, los beneficios de su trabajo repercuten directamente sobre su bienestar y, además, tienen la posibilidad de emprender. El turista, por su parte, vive una experiencia que le enriquece: puede sumergirse en la realidad del lugar que está visitando y disfrutar del intercambio cultural con la población local.
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